
Dora Petroff habla por primera vez: “No hubo estafa, compré ese lote hace 30 años y tengo la escritura”
Dora Petroff habla por primera vez sobre el desalojo de Julia Chávez: asegura que compró legalmente el lote y que la justicia le dio la razón tras tres décadas de espera.
El conflicto que terminó con una orden judicial para el desalojo de Julia Chávez, una mujer de 74 años que vivía desde hace décadas en una vivienda del barrio Las Quintas, sacudió la sensibilidad de buena parte de la comunidad. La escena —una mujer mayor con sus pertenencias casi en la calle— recorrió las redes sociales y medios de comunicación, y encendió la alarma de los sectores más movilizados en defensa del derecho a la vivienda.
Pero detrás de ese hecho, hay una historia más larga y compleja. Una historia que empezó hace más de 30 años, con una amistad de familia, una compraventa registrada y, según la justicia, una escritura legítima. Por primera vez, Dora Petroff, la mujer señalada como responsable del desalojo, decidió hablar. Lo hizo en exclusiva con Radio Con Vos Patagonia, donde ofreció su versión y aportó documentación que —según dijo— fue verificada por la Justicia, que ya dictó sentencia firme.
“Yo compré ese lote hace treinta años. Se lo compré a Julia Chávez. Tengo mi escritura, hecha en una buena escribanía, con todos los papeles en regla”, aseguró Petroff, visiblemente conmovida. “No hubo nada trucho, nada escondido, ni una estafa. Julia me lo vendió porque estaba llena de deudas”.
Según Petroff, la relación con Julia Chávez no comenzó con una transacción inmobiliaria, sino con una amistad que se remontaba a la infancia. “Nuestros padres eran amigos, y con Julia también fuimos muy amigas. Por eso me duele tanto todo esto”.
Petroff cuenta que fue Chávez quien se acercó a ella en busca de ayuda. “Me dijo que debía impuestos, que no podía más, que quería vender. Y yo acepté. Pero para que la escribanía pudiera avanzar, había que pagar muchas deudas, regularizar la sucesión y dejar todo en orden. Eso llevó tiempo, pero se hizo”.
Una vez firmado el boleto y realizada la escritura en 1993, Petroff comenzó a utilizar el lote como depósito. “Guardábamos ladrillos, piedras laja, un camión. Nunca se habilitó como local. Después empezamos a construir una vivienda de material, con dos habitaciones, cocina, comedor y baño. Todo eso lo hicimos nosotros”.
La vivienda, asegura, fue ofrecida a Chávez para que pudiera vivir en mejores condiciones. “Ella vivía en una casilla de madera adelante. Le ofrecí la casa que habíamos hecho para que se cambiara, y así liberar el acceso, porque la idea era hacer locales adelante. Ella aceptó. Fue de buena fe, como entre amigas”.
Pasaron los años. Petroff no ocupó el lote y Chávez permaneció allí, con sus hijos. “La situación se fue extendiendo por amistad, por confianza, por buena voluntad. Pero era claro que esa casa no era de ella. Era mía. Está en mi escritura, y todos los impuestos están a mi nombre desde 1993”.
El punto de quiebre
Según cuenta Petroff, el vínculo se resquebrajó cuando uno de los hijos de Chávez intentó construir una nueva vivienda dentro del terreno. “Me pidieron permiso para conectar el gas y les dije que no, porque ese lote no es de ellos. Yo tengo los títulos. Yo pago el agua, los impuestos, todo”.
A partir de allí, el conflicto escaló. “Un día llego y veo que están metiendo materiales. Le digo, Julia, esto no corresponde. Ella me contesta que ahora mandan los hijos, que ellos van a hacer lo que quieran. Entonces entendí que había que actuar”.
En 2019, Petroff decidió iniciar acciones legales. “Nunca quise llegar a esto. Lo evité por años. Pero cuando vi que la situación se desmadraba, que me desconocían como dueña, tuve que ir a un abogado”.
El proceso judicial fue largo, pero concluyó con una sentencia firme a favor de Petroff. “La justicia reconoció mi escritura y mi derecho. Lo lamentable es que esto se haya convertido en un espectáculo, lleno de mentiras. Se ha dicho de todo. Nos trataron de estafadores, de usurpadores. Eso nos destrozó como familia”.
Dora Petroff asegura que su familia está “devastada” por la exposición pública. “Hace dos días que no duermo. Lo que dijeron en redes y medios es muy cruel. Nadie se tomó el trabajo de escucharme. Mi marido trabajó toda la vida en el deporte infantil, es muy querido en Bariloche. Y ahora lo ven como a un villano”.
Petroff insiste en que nunca hubo mala fe. “Yo les presté la casa. No la hicieron ellos, la hicimos nosotros. Y les di la posibilidad de vivir ahí por treinta años. Eso no lo hace una estafadora”.
Sobre el futuro, dice que deja todo en manos de la justicia. “No voy a organizar marchas, ni difamar a nadie. Pero ya no me puedo quedar callada. Esto se fue muy lejos. Y aunque duela, yo también tengo derechos”.
Petroff no niega el drama del desalojo. Pero insiste en que detrás hay una historia menos visible, más silenciosa. Una historia de papeles, pagos, amistades rotas y promesas incumplidas. Mientras tanto, la vivienda permanece en disputa emocional, aunque legalmente la situación está saldada. La pregunta sobre si hubo injusticia, abuso de confianza o simplemente un final inevitable de una larga convivencia no parece tener una sola respuesta. Pero escuchar todas las voces es, también, parte de la justicia social.